Lo que pasa es que somos unos "losers" de mucho cuidado, desaprovechamos completamente el precio de los billetes al no acertar con los horarios. Volveré sobre ese tema después, muy a mi pesar, pero volveré
.
Nos bajamos en la primera parada decente del recorrido, el barrio chino, para dejarnos llevar un poco hacia Temple Street, una calle abarrotada de pequeñas tiendas y restaurantes orientales. Entre las tiendas, algunas de masajes Thai -de ésos que te retuercen el pescuezo y lo que te dejes retorcer con la promesa de devolverte el 'chi' a su lugar correspondiente- que ojeamos con la sana intención de meternos en uno de los garitos para que se nos pasasen un poco los efectos del vuelo. Al final, sin embargo, tiró más el buche y nos metimos en un restaurante que nos llenó de gozo y de comida a partes iguales. En la mesa de al lado, cuatro orientales con pinta de feriantes trasnochados soltaban eructos a diestro y siniestro, prueba irrefutable de la calidad de la comida.
Remprendimos la marcha con la intención de acercarnos a la siguiente parada del bus turístico para dejarnos llevar un poco más, probablemente hasta el final del recorrido. Pero al acercarnos a la parada, el bus nos adelantó imperiosamente y se nos escapó. Decidimos entonces jugárnosla todo a una carta. Aprovechando un recorrido un tanto zigzagueante, pretendimos cortar por un par de calles para atrapar el mismo autobús escurridizo en su siguiente parada. Cargados como burros, aceleramos el paso e intentamos llegar a la parada del bus más rápido que él... y claro, no lo conseguimos. Resultó, además, que:
1- nuestros cuerpos estaban para el arrastre, absolutamente entumecidos y, además, rellenos de comida.
2- la susodicha parada del bus estaba, en realidad, en medio de la nada, y al ser ya un poco tarde, el siguiente no pasaría hasta dentro de una hora.
Así que, con nuestro flamante primer billete de bus turístico de nuestra vida, fuimos y nos pillamos un taxi. Con dos
Pero Noemí y un servidor sabemos que, como viajeros, somos de los que tenemos una flor muy hermosa
Pero es que, además, cuando todavía estábamos pronunciando el primer "ooooh", empieza a sonar una musiquita y empiezan a aparecer un montón de luces y lásers espectaculares que inundan la bahía.
Para rematar la jugada, como dos señores, nos sentamos en una terraza chachi-molongui con sofás y vistas al mar incluidas en su exhorbitante precio. Y de ahí, hacia el aeropuerto.
El segundo vuelo nos llevaba desde Singapur hasta Sydney, en unas 8 horas. Frío, mucho frío y poco dormir, que acaba siendo el sello habitual en estos viajes. Por mucho que te tapes con mantas, por mucho que te enfundes en tus prendas más invernales, el aire acondicionado repartido a granel va dándote dentelladas hasta que sucumbes y moqueas al por mayor. Pero eso es ya otra historia.
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